Bueno, dio la casualidad de que yo andaba por la costa oeste
hace algunos años, tratando de conseguir algún dolar,
como todo el mundo, pero los tiempos
eran difíciles y no tuve suerte.
Me harté de dar vueltas por ahí, así que me puse
a hacer autoestop para volver a casa.
Hice bastantes kilómetros en los dos primeros días.
Pensé que si la suerte seguía igual
llegaría a casa en una semana.
Pero a la tercera noche, quedé clavado
Allí estaba yo, en un frío y solitario cruce
Había empezado a llover y tenía hambre
Tenía hambre y estaba cansado,
estaba helado y casi enfermo. Pero entonces,
aparecieron sobre la colina las luces
de un semirremolque.
Deberías haber visto mi sonrisa
cuando oí sus frenos hidráulicos.
Subí a la cabina donde sabía que se estaría caliente,
y al volante estaba sentado un tipo corpulento
Diría que debía pesar unos 150 kilos.
Me dió la mano y me dijo con una sonrisa
“Big Joe es mi nombre y este camión se llama Fantasma 309″.
Le pregunté por qué llamaba así al camión
y entonces giró y me dijo:
“Hijo deberías saber que este camión no tiene rival
No hay ningún conductor en este u otro trayecto
Que no haya visto más que las luces traseras de Big Joe
y Fantasma 309″.
Así que rodamos y hablamos casi toda la noche.
Yo le conté mis historias y Joe me contó las suyas.
Y me fumé todos sus Viceroys mientras viajábamos.
Le había metido las diez marchas y el camión iba a tope.
Tío, aquel salpicadero estaba encendido
como el viejo pinball de Madam La Rue.
Todo un semicamión.
Hasta que casi, misteriosamente,
aparecieron las luces de un apeadero de camiones.
Joe se giró y me dijo:
“Lo lamento, pero me temo que no puedo ir más lejos.
Tengo que desviarme un poco más adelante”.
Pero que me cuelguen si no me tiró diez centavos
cuando puso la primera y me dijo:
“Entrá ahí y tomáte una taza de café caliente, paga Big Joe”.
Pero cuando Joe y su camión se internaron en la noche,
tío, en un instante, ya no había rastro de ellos.
Así que entré en aquel viejo apeadero y pedí una taza de café...
Dije, “esto lo paga Big Joe”.
Un silencio asesino invadió el lugar.
Se podía oir cantar a un alfiler
cuando el rostro del camarero giró algo pálido.
Le dije con una sonrisa medio burlona:
“¿Qué pasa? ¿Dije algo malo?”.
Me respondió: “No, hijo, esto suele ocurrir de vez en cuando...
Todos los conductores de aquí conocen a Big Joe.
Pero dejà que te cuente lo que pasó hace diez años.
Sí, fue hace diez años en ese frío y solitario cruce.
Había un autobús lleno de niños,
y volvían de la escuela.
Y estaban allí en medio cuando Joe se asomó por la colina.
Y pudo haberlos matado pero Joe giró el volante,
y el camión coleó y coleó,
y pegó un patinazo.
Y la gente de aquí dice que dio su vida
por salvar a aquel puñado de críos.
Y ahí fuera en el frío y solitario cruce,
dicen que fue el final del trayecto
de Big Joe y Fantasma 309.
Pero es extraño, ¿sabés?,
porque de vez en cuando, sí, muy de vez en cuando
-ya-
cuando la luna está llena,
dicen que Joe para y lleva a alguien.
Alguien así, como vos. Algún autostopista pasa por acá.
Así pues, hijo, tomàte otra taza de café a cuenta de la casa.
Y quiero que te quedes con esa moneda de diez centavos.
Sí, quedàte con esa moneda de diez centavos.
Guardàte esa moneda como recuerdo de Big Joe.
De Big Joe y Fantasma, Big Joe
y Fantasma
309.
1.12.14
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3 comentarios:
Lo melancólico y lo emotivo de transitar las rutas en la noche.
Era irresistible la tentación de regresar nuevamente a este poema de camiones, del que charlamos una noche en Haedo, años atrás..
Como no recordar esa noche y tantas otras de esos tiempos, gracias ari. Cuando quieras nos juntamos a hablar de camiones.
https://www.youtube.com/watch?v=T7ZlA5MBleE
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