Octubre. En esta cocina húmeda y extraña
examino el desconcertado rostro de mi padre cuando era joven.
Sonríe tímidamente, sujeta con una mano la tanza
con percas doradas y en la otra una botella de cerveza Carlsbad.
En vaqueros y con una camisa de jean, se apoya
contra el guardabarros delantero de un Ford de 1934.
Le gustaría aparentar fuerza y decisión para la posteridad,
con su viejo sombrero inclinado sobre la oreja.
Toda su vida mi padre quiso ser un tipo seguro.
Pero los ojos lo delatan, y también las manos,
al mostrar blandamente la tanza con las percas
y la botella de cerveza. Padre, te quiero,
pero cómo puedo darte las gracias, yo,
que tampoco puedo sostener una botella,
y que ni siquiera conozco los sitios donde se pesca.

1 comentario:
hay poemas en los que no se puede decir nada, que tienen tanta honestidad que no se puede ni siquiera arriesgar a irrumpir
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