20.1.23

Lapis Lazuli


He oído que unas mujeres histéricas confiesan
estar hartas de la paleta y del arco del violín,
de esos poetas con su alegría eterna,
pues todo el mundo sabe, o saber debería,
que si nada drástico se hace
Aeroplano y Zeppelín saldrán
y como el rey Guillermito bolas-bombas lanzarán
hasta que arrasada quede la ciudad.

Todos su trágica obra representan,
por allí se pavonea Hamlet; allá está Lear,
aquella es Ofelia, ésa Cordelia.
Pero ellos, aun si ésta fuera la última escena,
el gran telón del escenario a punto de caer
y en la obra valioso su papel prominente,
no interrumpen sus versos para llorar:
saben que Hamlet y Lear son alegres
y su alegría transfigura tanto espanto.
Todos los hombres aspiraron, hallaron y perdieron.
Apagón total. Dentro de la cabeza arde el cielo.
La tragedia elaborada hasta su extremo;
y aunque Hamlet divague, Lear se enfurezca,
y sobre cien mil escenarios
las últimas escenas terminen a la vez
ni una pulgada ni un ápice ya no podrá crecer.

A pie llegaron, o embarcados,
a lomo de camellos, caballos, mulas y asnos,
viejas civilizaciones a la espada sometidas.
Más tarde, ellas y su saber fueron al tormento.
No ha perdurado ninguna labor de Calímaco,
que manipulaba el mármol como si fuera bronce
y hacía cortinados que parecían elevarse
cuando el viento marino barría los rincones.
Su larga lámpara formada como el tallo
de una esbelta palmera sólo duró un día;
todas las cosas caen y otra vez se construyen,
y quienes las rehacen conocen la alegría.
Dos chinos, seguidos por un tercero,
en lapislázuli están tallados.
Sobre ellos un ave zancuda vuela,
símbolo de longevidad;
el tercero, un sirviente, sin duda,
lleva un instrumento musical.

Cada decoloración de la piedra,
cada grieta o melladura accidental
parece un torrente o un alud,
o elevada ladera donde aún nieva,
aunque sin duda una rama de ciruelo o cerezo
endulzan la casita a medio camino
hacia donde suben esos chinos,
y me complace imaginarlos allí sentados,
sobre la montaña y ese cielo,
sobre la trágica escena que contemplan.
Uno pide melodías lastimeras;
hábiles dedos comienzan la melodía.
Sus ojos entre muchas arrugas, sus ojos,
esos ojos vetustos brillan de alegría.

1933

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