23.5.14

Las primeras palabras.


Ella entra en el cuarto con Vivaldi
y yo cierro los ojos,
como dándole permiso.
Sin encender el velador acomoda,
casi distraída,
los frasquitos de la mesa de luz,
y es entonces cuando Ana se inclina sobre mí
y mide mi respiración
y se asegura de que estoy dormido.
Y yo siento
su perfume, primero,
y después el calor de su cuerpo.
Siento su respiración cerca de la mía
y se diría que es hermoso
tener ese minucioso resumen de Ana
en su perfume,
en su calor,
en su respiración si pudiera
sacarme de la cabeza por un momento
que Ana se inclina sobre mí
y mide mi respiración
para asegurarse
de que estoy dormido.

Pero yo finjo
y Ana se va con Vivaldi,
y no sé si me cree
o no
porque cuando se va
y cierra la puerta con llave,
no duerme:
yo sé
que en su cuarto del piso de abajo
mira el techo
-el techo que me sostiene-,
escucha en el techo.
Yo, me duermo;
porque sin darme cuenta,
sigo respirando
como si aún tuviera a Ana
inclinada sobre mí.

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