Nada ha cambiado.
El cuerpo es susceptible al dolor,
debe comer, respirar aire y dormir,
tiene delgada piel, y sangre debajo,
un surtido adecuado de uñas y dientes,
sus huesos son rompibles,
sus articulaciones estirables.
La tortura tiene presente esto.
Nada ha cambiado.
El cuerpo se estremece como se estremecía
antes de la fundación de Roma y después,
en el siglo veinte antes y después de Cristo.
Las torturas son como eran,
es sólo que la tierra se ha reducido
y lo que sucede parece ocurrir aquí mismo.
Nada ha cambiado.
Es sólo que hay más gente,
al lado de las viejas ofensas han aparecido otras nuevas,
reales, imaginarias, temporales o ningunas;
pero el aullido con que el cuerpo responde a ellas
fue, es y será siempre un aullido de inocencia
de acuerdo con la escala y la tonalidad tradicionales.
Nada a cambiado.
Quizá sólo los modales, las ceremonias, las danzas.
Sin embargo es idéntico el movimiento de las manos al proteger la cabeza.
El cuerpo se retuerce, se sacude y trata de librarse,
sus piernas ceden, cae, las rodillas se separan,
se amorata, se inflama, echa saliva y sangre.
Nada ha cambiado.
Excepto el curso de las fronteras,
la línea de los bosques, costas, desiertos y glaciares.
En medio de esos paisajes vaga el alma,
desaparece, vuelve, se aproxima, se aleja,
extraña ante sí misma, esquiva,
segura a veces, en ocasiones insegura de su propia existencia
mientras el cuerpo es
y es
y es
y carece de un sitio que pueda llamar propio.
12.6.12
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