incluso cuando parecen ser sobre otra gente.
No iba a negarlo,
ni a darle el gusto de tener razón.
Así que cité a Proust, quien dijo que los escritores no inventan libros
los encuentran en sí mismos
y los traducen.
Eso pareció resolver el problema y ella se quedó callada.
Hundí mis dedos en un bol de agua perfumada
y empecé con el arroz.
Un dejo a arcilla y a hojas
y a metal
me tomó por sorpresa.
¿Qué hay en el arroz?, le pregunté.
¿Caldo de hongos?
¿Cartuchos de escopeta?
¿Lombriz?
No, dijo, mirando a través de la luz de la vela,
las historias que todavía no has escrito están en el arroz.
Debes estar paladeándolas.
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