¿Hacia qué lugar, en medio del rocío que cae,
mientras los cielos refulgen con los últimos tramos del atardecer,
lejos, a través de sus profundidades rosadas,
prosigues tu camino solitario?
Sin éxito el ojo del cazador
podría apuntar a tu vuelo distante para hacerte daño,
mientras tu figura flota y sigue, oscuramente recortada contra el cielo carmesí.
¿Acaso buscas la fangosa orilla del lago de malezas silvestres,
o el margen de un ancho río, o donde se alzan las olas movedizas
que se hunden en la irritada orilla del océano?
Existe una energía cuyo cuidado te enseña
el camino a lo largo de esa costa sin senderos,
en un vagabundeo desértico e ilimitado, aéreo y solitario,
que no está perdido.
Durante todo el día tus alas se desplegaron
a esa altura del frío y la tenue la atmósfera,
pero no desciendes cansada, ante la tierra acogedora,
pese a que la oscura noche oscura se acerca.
Y pronto ese esfuerzo concluirá, pronto encontrarás tu hogar de verano,
y descansarás, y cantarás entre los tuyos;
los altos juncos se inclinarán pronto sobre tu nido protegido.
Te has ido, el abismo del cielo se ha tragado tu imagen,
sin embargo, en lo profundo de mi corazón se ha grabado la lección que me diste
y no desaparecerá tan rápidamente.
Aquel que, de un lugar a otro, guía tu vuelo certero a través del cielo infinito
en el largo camino que debo recorrer solo,
no permitirá que mis pasos se extravíen.
(1815)